LO CORRECTO, EL ERROR. –

LO CORRECTO, EL ERROR. –

Ayer, una situación, motivó este artículo.

La situación: En familia, en una playa al lado de una de perros, llega un perro suelto, se mueve entre nosotros, mete el hocico en una bolsa de patatas y come de ella. Miro para los lados y compruebo quién ha dejado sin supervisión al perro y me pongo de pie y en tono altivo, la señalo y le digo: “Eh!, tú, tu perro está aquí comiéndose nuestra comida, ven a por él con tu bolso”. Ni se levanta, lo llama. Es una mujer de mi edad o así, acompañada de una joven veinteañera. Al ver su respuesta, mi tono se vuelve más fuerte y mi cuerpo se pone más recto y desde esos 30 metros que nos separan, le ordeno: “Te he dicho que vengas, ¡coge el bolso y ven ya!”. Se dispone a venir indicándole a su acompañante algo, pero no coge el bolso, así que de nuevo me dirijo a ella: “Te he dicho que cojas el bolso porque la comida me la vas a pagar”. Trastea entre sus cosas, da en el hombro varias veces a su acompañante y coge el bolso y viene. Mientras, su perro, ya ha merendado a placer. Al llegar vocifera indignada: “¡Sólo tiene 6 meses, no es para que te pongas así porque sólo tiene 6 meses!”. A lo que en tono de conversación, puesto que ya está delante, le respondo: “¿Así cómo, te he faltado el respeto acaso? Porque tú a mí y a mi familia, sí. Yo, te he ordenado que te responsabilices de tu perro. Yo tengo perro y me responsabilizo de él. Tú no y nos ha causado un perjuicio y llegas aquí y ¿culpas a un cachorro de tu propia responsabilidad? No, perdona, el perro no tiene la culpa de que tú no hayas estado pendiente de él. El perro es un perro. ¿Y te dispones a darme lecciones tú a mí de comportamiento adecuado? No, perdona, lo inadecuado es tu comportamiento, no mi exigencia a que pongas de tu parte para que en esta playa convivamos todos igual de a gusto” Mientras le hablo, ella relata, lo ata y llega la veinteañera y sin acercarse, igual porque lleva 3 perros más, le hace gestos a la otra para que se vuelva con ella mientras alzando el tono me dice: “¡No es para que te pongas así, ya nos vamos, pero no es para que te pongas así!”. Me acerco a ella, para evitarle que se haga daño en la garganta y en tono de conversación le pregunto: “¿Así cómo?, explícame a qué te refieres porque no te entiendo”. A lo que ella responde, igual que su homónima, que el perro es cachorro, que sólo se ha comido unas patatas y que nos las van a pagar. “Claro que las vais a pagar, pero porque yo os lo he dicho, son 1´15€”, le respondo, “dudo mucho que lo hubierais hecho si yo no os lo demando porque a la primera vez que avisé a tu acompañante ni se movió del sitio, sólo llamó al perro, pero eso no es lo que te he preguntado”, le continuo, “te he preguntado que cómo me he puesto”. A lo que ya las dos juntas, me dicen entre las dos, una cerrando la frase de la otra: “nos has llamado a voces, has dicho ¡Eh, tú! Y estábamos ahí tranquilas y nos has ordenado que ya, que vengamos ya y que cojamos el bolso para pagarte lo que nuestro cachorro se ha comido”. Y mirándolas, tras un largo silencio mirándolas, les indico: “Sí, claro, ¿y? ¿cómo se supone que tenía que haberlo hecho para que fuera un ´así´ que consideraseis correcto?”. Y se hizo el silencio. La veinteañera me miraba, nerviosa agarraba al perro, la compañera coge el bolso y me da la moneda y se van. Yo las despido, echo la bolsa medio vacía a la basura, pregunto a la familia si todo bien, les indico lo que podían haber malentendido «no es por las patatas o el euro, es que tiene que haber consecuencias o mañana lo volverán a hacer y si no lo dices, mañana será a otro», me miran asintiendo mientras me siento, miro al mar y mi cabeza palpita una frase, una frase que he dicho muchas veces a mis alumnos y alumnas:

“Yo me equivoco cada día unas cuantas veces, pero sé que un error puede ser correcto o incorrecto y lo que hago es usarlo como oportunidad de hacer lo correcto”.

Y así empieza a generarse este artículo, brotando palabras fruto de recuerdos.

 Pensé en David Frías, un chaval que, desde los 11 años, hace ya 6, acude a mi centro a un programa de enriquecimiento para alumnado que presenta altas capacidades. Pensé en él y en todas las veces que desde esos 11 años hasta los 16 me ha dicho que lo que le gusta de mí es cómo percibo el error siendo adulta, que la mayoría de los adultos que conoce y ha conocido, se empeñan en tener razón aunque sepan que están equivocados, pero que yo no, que, si me equivoco o he equivocado, sea con ellos o en mi vida, se lo he contado como el error que ha sido y los he hecho partícipes de buscar una mejora.

Pensé en lo orgullosa de mí que me hace sentir cada vez que rememoro su valoración.

Pensé en lo que este alumno me ha enseñado, porque los alumnos no sólo aprenden, también enseñan y los profesores, no sólo enseñamos sino que a la par aprendemos, moldeamos para enseñar mejor. (Los buenos, claro).

Y las palabras dieron lugar a frases y las frases se entrelazaban danzando como si escucharan una canción: “Yo me equivoco cada día unas cuantas veces, pero sé que un error puede ser correcto o incorrecto y lo que hago es usarlo como oportunidad de hacer lo correcto”.

 

Asumir nuestras responsabilidades es una parte vital para la autorrealización como persona. No asumirlas es un error que puede aprovecharse o desaprovecharse. Será beneficioso si dieron lugar a un aprendizaje, a que mañana lo hagas mejor. Serán restos de una vida vacía si las dejaste pasar, les quitaste importancia, las justificaste o te empeñaste en negarlas.

Yo no he decidido ser responsable de ese cachorro de la playa, pero sí de otros. Como madre que decidí ser, soy responsable de dos. Como maestra que decidí ser, de al menos una centena cada año entre menores y adultos. Soy responsable de sus enseñanzas, de que crezcan en madurez de conocimientos en distintos aspectos en los que me obligo a crecer yo para ser modelo adecuado y aunque crecemos juntos pues enseñando, aprendo, no es lo mismo mi rol. Mi rol exige de un trabajo constante, de un análisis obligado, de un decidido moldeado cual escultor.

Negar que la primera vez que coges un pedazo de barro, lo aplastas y le das forma, creará una mierda de figura, es autoengañarse. Pero es que sentir vergüenza de esa primera obra, de mi primer relato escrito o de aquellas frases que hace 20 años tallaba, es ridículo.

Se aprende andando.

Y todo el mundo en algún momento cayó.

A los 4 meses Carla se agarraba a mí para erguirse. A los 5, eran los muebles las que le ayudaban de sujeción. A los 6, ella sola daba dos pasos, caía de culo y buscaba cómo levantarse para dar otros dos. A los 7 ya paseaba por la cocina. Y a los 8 me arrepentí de haber comprado un carro de bebé que tan poco tiempo cogió.

Pero en todo ese transcurrir era, al principio, mi mano, después, mi ánimo, lo que motivó el aprendizaje de mi retoño. Y en todo ese transcurrir es el trabajo constante, el análisis obligado y el decidido moldeado cual escultor, el que propicia que el error se perciba como la oportunidad de hacer bellas obras de arte.

 

 

Papás y mamás del mundo, docentes, criadores de cachorros, claro que os equivocaréis, como yo, cada día, pero agarra tu mochila, acércate a tu responsabilidad, la que elegiste y, ¡hazte cargo!, que no tenga que ser otro u otra quien te diga: “Eh!, tú, te he dicho que vengas, ¡coge el bolso y ven ya!” porque claro que así no se hace, pero no por el que te exige, sino por tu parte.

El que exige, lo hace,

porque es necesario, vital,

que cada uno se haga cargo de sus responsabilidades y consecuencias

para asegurar la adecuada convivencia

de todos los integrantes diversos

de una sociedad.

 

Y al son del estribillo, la que escribe vio danzar sus palabras y … ahí las llevas David, este artículo, como te prometí, es el que te dedico a ti para que no te olvides en tu nueva andadura que mientras te di la mano, tú también me enseñabas el paso.

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1 Comentario

  1. Juan José Encabo
    May 11, 2024

    Me ha encantado la entrada. Me parece totalmente inspiradora y qué fundamental es la reflexión que haces en cuanto al error como oportunidad de aprender y de crecer, en oposición a la parálisis que genera el afán por acertar o dar la respuesta correcta.

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