TÚ PUEDES Y SI NO, LO HACEMOS JUNTOS.
Las palabras son muy importantes, dijo ayer el tutor de Carla en la reunión grupal.
Se acercó a una madre y le dijo: “si yo te digo que eres fea 1000 veces, acabarás creyéndotelo. Hay que, por tanto, tener cuidado con lo que decimos a nuestros niños”.
Me gusta ese tutor, pensé.
Luego prosiguió la tarde y cada vez que recordaba la frase: las palabras son muy importantes, sonreía.
Llegó un momento en que Carla me dijo: sí, mamá, ya me he enterado de que te ha encantado mi tutor porque piensa como tú, vas a dejar ya lo de las palabras, las palabras, ¡si siempre lo dices!.
¡Pero es que las palabras son tan importantes! Y por una vez lo escuché decir a otro.
Yo no era… A ver. Yo era tímida, insegura. Me costaba hablar en público y levantar la cabeza y que se me viera en una reunión. Me recuerdo así antes de los 9. Recuerdo cuando me escogieron en Catequesis para leer en misa porque, decían, que leía muy bien. Recuerdo que me ponía roja y ardía, pero ahí estaba yo, leyendo. Recuerdo que lo leía mil veces antes de las 12, a mi padre, para escucharle: ¡qué bien lees! Recuerdo esa felicidad que te da el sentirte admirada. Y recuerdo no dejar ya jamás nunca de leer.
¡Y es que las palabras son tan importantes!
Las leídas, las oídas.
Tendría unos 15 años, estaba en 1° o 2° de BUP, no lo recuerdo bien. Estudiaba poco. Escuchaba mucho. Y a un profe de inglés le habían dado a llevar Música. Como no tenía ni idea, se había bajado la historia de la música de Internet o de la biblioteca, a saber, en aquel entonces, seguramente de la biblioteca. La cuestión es que la hora de clase la dedicaba a dictarnos palabra por palabra el pedazo de historia de la música que había recopilado. Un tostón. Además de imposible para mí. No había explicaciones que recordar o dudas que preguntar. Copiaba mecánicamente, como todos, mientras dibujaba en alguna hoja. Hasta que llegó el examen.
¡Quería morir!
Todos habían cenado, estaban en sus cuartos y yo había recogido la mesa del salón y esparcido las muchas hojas de música por ella. Leía y leía y no entendía una mierda. La puta historia de la música me iba a quedar por no ser capaz de memorizar unas 10 hojas. Me debatía, me frustraba. Leía, la tiraba, me quejaba del profe en alto (pobre), de la música en bajo (pobre, también), … Hasta …
Hasta que llegó mi padre.
Después de cenar había salido a no sé qué de una cuba y ahí volvía con su andar característico, con paso firme se acercaba por el pasillo y yo sentía por dentro la emoción que se siente cuando esperas una cola y al fin te toca.
Me miró. Lo miré.
Me preguntó. Le conté.
Y…
Se sentó al lado, en el otro sofá orejero rojo. Y ese hombre que no sabía de música, cogió una hoja y la leyó y me la explicó. Y me miró y me dijo: “Ana, tú puedes hacerlo, puedes hacer todo lo que te propongas y lo que no puedas hacer, lo hacemos juntos”.
No recuerdo que saqué en música. Total, ahí no estaba lo que que debía aprender.
Y es que lo que sí recuerdo es ese momento, cada palabra, esa frase que me dijo tantas, tantas veces.
Por eso sé que puedo hacerlo.
Todo lo que me proponga.
Y lo que no puedo. Sé que, con él lo haré.
Porque no está aquí físicamente.
Pero sí aquí, en cada molécula.
En cada recuerdo.
En cada palabra que me tatuó.
Lo mejor de las palabras es que son para todos.
Así que también tú puedes y si no, ….ya sabes, lo hacemos juntos.
La verdad que si, el que la sigue la consigue y tu as conseguido todo lo que as querido
El que la sigue lo consigue.
Un saludo Ana